jueves, 13 de junio de 2013

El jardín de la palabra- Paulina Movsichoff

Aunque no lo sepamos, la escritura siempre está. Sólo debemos encontrar los conjuros, aplicarnos en los hechizos mágicos que nos harán encontrarla. Porque ella está fabricada con palabras, esas monedas de dos caras. Palabra-Amor, Palabra-Deseo, Palabra-Vida. En ella buscamos refugio para cualquier momento de la vida, antes de entrar en el gran silencio de donde ha surgido.
  ¿Y de qué otra cosa podría ocuparse la escritura sino del amor? Y todo amor precisa de un objeto para orientarse. Como en el Cantar de los cantares, la palabra sale de noche para encontrar al amado. Y luego dice: "Morena soy pero hermosa, hijas de Jerusalén. Por eso me ha amado el rey y me conducido a su cámara".  Habría que ocuparse de la negritud de la palabra, de esa palabra que irradia en el poema. Porque ella se diferencia de las otras, de su hermanas menores, en que es negra, es decir diferente y por eso muy pocos quieren conocerla.
  Iremos al jardín de la palabra. Pero tan sólo pueden encontrarlo los iniciados. Allí está la fuente de la vida. Y la palabra sale de ella fresca y recién lavada, preparada para llevar de la mano a quienes quieran adentrarse en sus misterios.
  La palabra es la rescatadora del olvido. Nos permite recrear nuestra vida a nuestro antojo, imaginar la propia historia. Nos da la prueba de nuestra existencia. El Verbo se hace carne una vez más.
  Detrás de un palabra hay otra, y otra, y otra. Para atravesar su laberinto sólo necesitamos del hilo del deseo. Él es quien nos empuja a ese viaje incesante.