miércoles, 28 de octubre de 2009

Ivonne y la lluvia



"Canonicemos a las putas" Así se titula uno de los poemas del conocido escritor chiapaneco Jaime Sabines. Todos los días, cuando tomo el colectivo que me llevará de regreso del trabajo, atravieso la calle Moreno, arteria tradicional de las putas. No puedo dejar de observarlas, con sus jeans ajustados y sus tacos altísimos, sus senos generosos desbordando las blusas. Nunca he visto que un auto parara por alguna. A veces, en el recorrido, descubro a dos trabadas en una conversación y me digo que seguramente la charla aliviará esa tediosa espera o que tal vez se cuenten de sus hijos, de que alguno de ellos cayó enfermo y ellas no lo pueden cuidar, o que al último cliente le falló el preservativo y entonces la espada de Damocles de un embarazo. Lo terrible son los días de invierno, en que también están allí, descubiertas y ofrecidas, aparentando que el frío no las roza.
Una noche del verano pasado yo volvía, en medio de un aguacero torrencial, de casa de mi amiga Lucy. Obediente a su pedido, llevé mi nueva guitarra envuelta en una precaria funda. Luego de pasar la noche entre vinos y cantos, se desplomó el aguacero. Esperé largo rato y, al ver que no tenía miras de amainar, decidí partir. Ni señales de taxi en las calles anegadas, donde el agua se asemejaba a las crecientes del río Paraná, ésas que inspiraron a Teresa Parodi su canción "Apurate José", que acababa de cantar ante mi auditorio. Mis sandalias estaban ya deshechas y en medio de la avenida luchaba infructuosamente con la corriente tratando de llegar a la otra orilla. Me aterraba el pensamiento de caer en algún pozo o pisar unn invisible cable y caer electrocutada. De pronto la vi. Estaba en la esquina inalcanzable. Desesperada le tendí mi mano, pidiéndole ayuda. Ella me alargó la suya y así pude alcanzar el destino. Luego nos resguardamos juntas en el toldo de un negocio. Entonces la miré. Era una travesti. Su pelo rubio estaba recogido prolijamente en un broche y grandes aros de plata daban marco a ese rostro de una belleza enigmática. Sus labios de una insinuante sensualidad se distendieron en una sonrisa compasiva al ver mi ropa empapada, mi peinado desaparecido. Como yo tiritaba de frio, se sacó su chal de un celeste brilloso y me lo echó sobre los hombros. Le pregunté su nombre: "Ivonne", me informó. Yo le dí el mío. Largo rato estuvimos charlando de esa horrible lluvia, de si la guitarra estaría o no a salvo, de. Cuando amainó y decidi seguir viaje, me saqué el chal y quise devolvérselo. Se negó rotundamente. Al despedirnos la besé en las dos mejillas. Tenía razón Sabines. Canonicemos a las putas.

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